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Una historia de Winston Churchill

Cuenta la historia que Winston Churchill finalizaba la velada de una cena en casa de un amigo, a la que había asistido un buen número de personas.

 Cada quien comenzaba a despedirse. Entre las palmadas de camaradería, las sonrisas cómplices y las buenas noches, el inglés pilló un movimiento poco usual con el rabillo del ojo.

Había visto a uno de los presentes agarrar uno de los finos saleros de la mesa y metérselo en el saco.

El primer impulso fue el de delatarlo inmediatamente, pues se sentía con la obligación moral hacia su anfitrión. Al mismo tiempo, detestaba ser indiscreto.

Tenía que haber una mejor forma.

Y se le ocurrió.

Se acercó a la mesa, tomó el pimentero acompañante sin que nadie lo viera y se lo metió en el saco. Fue hasta donde estaba el improvisado truhán, ya próximo a despedirse; le dio dos palmadas en el hombro y se inclinó hacia él, abriendo la solapa y mostrándole el pimentero:

"Creo que nos han visto... mejor los devolvemos, ¿No cree usted?".

El hombre se puso pálido pero asintió enseguida. No dijo ni una palabra desde ese momento hasta que se marchó, después de dejar el salero en su lugar.

La persuasión es un juego donde los demás creen que estás de su lado y alineado con sus intereses, cuando en realidad los estás conduciendo a actuar exactamente como tú quieres.

Y discretamente, así como Churchill.

La mayoría de las personas que necesitas convencer, están hartos de mensajes publicitarios y estafas; no es de extrañar que se muestren recelosas aún con un proyecto legítimo como el tuyo.

Es momento de que actúes para persuadirlos. Es momento de que actúes para hacer lo que sabes que tienes que hacer.

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